Eva Zeisel murió durmiendo la siesta. Esta artista búlgara afincada en Estados Unidos no sintió ningún dolor cuando su luz se apagó, a los 105 años de edad. Su legado de formas curvilíneas es un homenaje a la cerámica, belleza esculpida que un día puso su base en el MOMA de Nueva York y ahí se quedó, dando testimonio de ese juego que es la vida.

Zeisel fue rebelde, pero con causa. Ella, que se definía a si misma como una “hacedora de cosas cosas bellas”, estaba preocupada por buscar la belleza de forma lúdica, vitalista: “La innovación no es parte de mi trabajo. Los hacedores de cosas buscamos hacer las cosas más bellas, más elegantes, más cómodas que los artesanos”. 

La vida de Eva es un homenaje a la diversión: “Lo lúdico es un aspecto necesario de nuestro trabajo”. Ella, que pasó 75 años dedicada a la misma profesión, llegó a afirmar: “Uno de los problemas es que tenemos que producir cosas encantadoras a través de nuestro trabajo”. 

¿Cómo es posible mantener una profesión tanto tiempo, y seguir haciendo las cosas con el mismo placer, como un regalo para los otros?

“Jugando”, afirma la diseñadora durante esta conferencia en TED: “Mi trabajo me mostró buena parte del mundo. Pero no es que me llevara. El trabajo no me llevó. Hice las cosas especificamente así porque quería usarlas para ver mundo. Era increíblemente curiosa de ver el mundo, e hice todas estas cosas para poder ver muchos países y culturas diferentes”. 

Esta judía que un día se cobijó de los nazis bajo el manto de la Rusia comunista no fue mujer frágil. Su humor tan puro es un canto rodado entre rejas a los 16 meses de prisión que la artista supo sobrellevar con elegancia, con la ligereza de sus formas, con las curvas de un alma que nos demuestra que “la vida es un juego, y el único pecado es jugar esa partida sin entusiasmo, devoción y vivacidad”. * 

*Tom Robbins, Frontiere, 2011. En “La estrategia del colibrí”, pág. 125.